A veces, sólo a veces...

Retirarse no es rendirse,
ni estar en contra es agredir.

Cambiar no es hipocresía
y derrumbar no es destruir.

Estar a solas no es apartarse,
y el silencio no tener qué decir.

Quedarse quieto no es por pereza,
ni cobardía es sobrevivir.

Sumergirse no es ahogarse,
ni retrocedes para huir.

No se desciende trastabillando,
ni el cielo ganas por bien sufrir.

Y las condenas no son eternas,
ni por perdones vas a morir.


A veces, sólo a veces...


Hace falta lograr soltarse,
izar las velas, abandonarse,
dejar que fluya, que el viento cambie,
cerrar los ojos y enmudecer.

Carta de Julio Cortazar a un amigo

Anticipo exclusivo de un libro que reúne 127 misivas inéditas escritas por Julio Cortázar entre 1951 y 1983. En Cartas a los Jonquieres , el autor de Rayuela revela detalles de su vida en Francia, secretos de su obra y su mirada sobre el arte


París, 24 de febrero de 1952

Mi querido Eduardo:

[...] Es la noche del domingo, y descanso un poco, solo en mi cuarto, después de una semana llena de cosas, idas y venidas, curiosas experiencias, "peladas de frente" y grandes maravillas. Hay un gran silencio en la Cité porque es medianoche, los últimos grupos de estudiantes se han disuelto, y callan los aparatos de radio -uno o dos- de mi piso. Tengo conmigo a un gatito, que me toca alimentar y guardar esta noche, pues es el hijo colectivo de los habitantes del tercer piso. (Hace una semana lo salvé de morirse helado en la nieve, y como recompensa el tipo me chupó de tal modo un pulóver que había a los pies de la cama, que me lo dejó arruinado para siempre.) Pienso que hace dos años justos yo estaba en Venecia, disponiéndome a venir al misterioso París. Ya llevo aquí cuatro meses, y anoche, al hacer un balance mental de este tiempo, me daba cuenta de la asombrosa familiaridad con que me muevo en este mundo. Ahí está, ahora, el peligro. Es ahora que debo vigilar mi visión, mi manera de situarme frente a cosas que cada vez conozco mejor; es ahora que debo impedir que los conceptos me escamoteen las vivencias. Me aterraría (¡no me ha sucedido, por suerte!) pasar un día apurado frente a Notre-Dame y echarle apenas la ojeada sin intencionalidad que se dedica a los bancos o a las casas de renta. Quiero que la maravilla de la primera vez sea siempre la recompensa de mi mirada. Puedo darme el lujo de pasar cerca del Museo de Cluny y decirme: "Entraré otro día". Pero entrar ahí tiene que seguir siendo una cosa grave, última, la verdadera razón de mi presencia en París. Nos reímos de los turistas, pero te aseguro que yo quiero ser hasta el final un turista en París, el hombre que anota en su agenda: Jueves, ir a ver el San Sebastián de Mantegna... Es tan horrible advertir a cada minuto cómo las facultades intelectuales empiétent [desbordan] sobre las intuiciones puras, tratando de esquematizarte el mundo... Lo atroz de B.A. es que es materia mucho más intelectual que estética, y apresura ese horrendo proceso de cristalización de un hombre. Por eso los argentinos son gente de tanto "carácter" (!), de tanta "personalidad" -repertorios de ideas definitivamente fijas, cuajadas, sin movimiento posible. Todo el mundo tiene allí su opinión sobre las cosas, pero coincidirás conmigo en que basta opinar sobre una cosa para, en el mismo acto, dejar de verla. La idea de Wilde en su "Retrato de Mr. W. H." es realmente profunda: si en el acto de probar que una cosa es A o B, ocurre que de golpe se siente una angustia terrible y la sensación del descreimiento total en lo afirmado, ello se debe a que todo hombre inteligente y sensible sabe que una prueba es siempre otra cosa, que no toca para nada la realidad esencial de eso de que se habla. Yo quisiera que París se me diera siempre como la ciudad del primer día. Llevo aquí 4 meses: pero llegué anoche, llegaré otra vez esta noche. Mañana es mi primer día de París. [...]

Un muy gran abrazo, y que ésta te encuentre bien.

Julio

Teoria y juego del duende (conferencia de Federico Garcia Lorca)

Conferencia de Federico García Lorca

Madrid, 1933

Señoras y señores:

Desde el año 1918, que ingresé en la Residencia de Estudiantes de Madrid, hasta 1928, en que la abandoné, terminados mis estudios de Filosofía y Letras, he oído en aquel refinado salón, donde acudía para corregir su frivolidad de playa francesa la vieja aristocracia española, cerca de mil conferencias.
Con ganas de aire y de sol, me he aburrido tanto, que al salir me he sentido cubierto por una leve ceniza casi a punto de convertirse en pimienta de irritación.
No. Yo no quisiera que entrase en la sala ese terrible moscardón del aburrimiento que ensarta todas las cabezas por un hilo tenue de sueño y pone en los ojos de los oyentes unos grupos diminutos de puntas de alfiler.
De modo sencillo, con el registro que en mi voz poética no tiene luces de maderas, ni recodos de cicuta, ni ovejas que de pronto son cuchillos de ironías, voy a ver si puedo daros una sencilla lección sobre el espíritu oculto de la dolorida España. El que está en la piel de toro extendida entre los Júcar, Guadalete, Sil o Pisuerga (no quiero citar a los caudales junto a las ondas color melena de león que agita el Plata), oye decir con medida frecuencia: "Esto tiene mucho duende". Manuel Torres, gran artista del pueblo andaluz, decía a uno que cantaba: "Tú tienes voz, tú sabes los estilos, pero no triunfaras nunca, porque tú no tienes duende".
En toda Andalucía, roca de Jaén y caracola de Cádiz, la gente habla constantemente del duende y lo descubre en cuanto sale con instinto eficaz. El maravilloso cantaor El Lebrijano, creador de la Debla, decía: "Los días que yo canto con duende no hay quien pueda conmigo"; la vieja bailarina gitana La Malena exclamó un día oyendo tocar a Brailowsky un fragmento de Bach: "¡Ole! ¡Eso tiene duende!", y estuvo aburrida con Gluck y con Brahms y con Darius Milhaud. Y Manuel Torres, el hombre de mayor cultura en la sangre que he conocido, dijo, escuchando al propio Falla su Nocturno del Generalife, esta espléndida frase: "Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende". Y no hay verdad más grande.
Estos sonidos negros son el misterio, las raíces que se clavan en el limo que todos conocemos, que todos ignoramos, pero de donde nos llega lo que es sustancial en el arte. Sonidos negros dijo el hombre popular de España y coincidió con Goethe, que hace la definición del duende al hablar de Paganini, diciendo: "Poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica".
Así, pues, el duende es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar. Yo he oído decir a un viejo maestro guitarrista: "El duende no está en la garganta; el duende sube por dentro desde la planta de los pies". Es decir, no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto.
Este "poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica" es, en suma, el espíritu de la sierra, el mismo duende que abrazó el corazón de Nietzsche, que lo buscaba en sus formas exteriores sobre el puente Rialto o en la música de Bizet, sin encontrarlo y sin saber que el duende que él perseguía había saltado de los misteriosos griegos a las bailarinas de Cádiz o al dionisíaco grito degollado de la siguiriya de Silverio.
Así, pues, no quiero que nadie confunda al duende con el demonio teológico de la duda, al que Lutero, con un sentimiento báquico, le arrojó un frasco de tinta en Nuremberg, ni con el diablo católico, destructor y poco inteligente, que se disfraza de perra para entrar en los conventos, ni con el mono parlante que lleva el truchimán de Cervantes, en la comedia de los celos y las selvas de Andalucía.
No. El duende de que hablo, oscuro y estremecido, es descendiente de aquel alegrísimo demonio de Sócrates, mármol y sal que lo arañó indignado el día en que tomó la cicuta, y del otro melancólico demonillo de Descartes, pequeño como almendra verde, que, harto de círculos y líneas, salió por los canales para oír cantar a los marineros borrachos.
Todo hombre, todo artista llamará Nietzsche, cada escala que sube en la torre de su perfección es a costa de la lucha que sostiene con un duende, no con un ángel, como se ha dicho, ni con su musa. Es preciso hacer esa distinción fundamental para la raíz de la obra. El ángel guía y regala como San Rafael, defiende y evita como San Miguel, y previene como San Gabriel.
El ángel deslumbra, pero vuela sobre la cabeza del hombre, está por encima, derrama su gracia, y el hombre, sin ningún esfuerzo, realiza su obra o su simpatía o su danza. El ángel del camino de Damasco y el que entró por las rendijas del balconcillo de Asís, o el que sigue los pasos de Enrique Susson, ordena y no hay modo de oponerse a sus luces, porque agita sus alas de acero en el ambiente del predestinado.
La musa dicta, y, en algunas ocasiones, sopla. Puede relativamente poco, porque ya está lejana y tan cansada (yo la he visto dos veces), que tuve que ponerle medio corazón de mármol. Los poetas de musa oyen voces y no saben dónde, pero son de la musa que los alienta y a veces se los merienda. Como en el caso de Apollinaire, gran poeta destruido por la horrible musa con que lo pintó el divino angélico Rousseau. La musa despierta la inteligencia, trae paisaje de columnas y falso sabor de laureles, y la inteligencia es muchas veces la enemiga de la poesía, porque imita demasiado, porque eleva al poeta en un bono de agudas aristas y le hace olvidar que de pronto se lo pueden comer las hormigas o le puede caer en la cabeza una gran langosta de arsénico, contra la cual no pueden las musas que hay en los monóculos o en la rosa de tibia laca del pequeño salón.
Ángel y musa vienen de fuera; el ángel da luces y la musa da formas (Hesíodo aprendió de ellas). Pan de oro o pliegue de túnicas, el poeta recibe normas en su bosquecillo de laureles. En cambio, al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre.
Y rechazar al ángel y dar un puntapié a la musa, y perder el miedo a la fragancia de violetas que exhale la poesía del siglo XVIII y al gran telescopio en cuyos cristales se duerme la musa enferma de límites.
La verdadera lucha es con el duende.
Se saben los caminos para buscar a Dios, desde el modo bárbaro del eremita al modo sutil del místico. Con una torre como Santa Teresa, o con tres caminos como San Juan de la Cruz. Y aunque tengamos que clamar con voz de Isaías: "Verdaderamente tú eres Dios escondido", al fin y al cabo Dios manda al que lo busca sus primeras espinas de fuego.
Para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Solo se sabe que quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos, que hace que Goya, maestro en los grises, en los platas y en los rosas de la mejor pintura inglesa, pinte con las rodillas y los puños con horribles negros de betún; o que desnuda a Mosén Cinto Verdaguer con el frío de los Pirineos, o lleva a Jorge Manrique a esperar a la muerte en el páramo de Ocaña, o viste con un traje verde de saltimbanqui el cuerpo delicado de Rimbaud, o pone ojos de pez muerto al conde Lautréamont en la madrugada del boulevard.
Los grandes artistas del sur de España, gitanos o flamencos, ya canten, ya bailen, ya toquen, saben que no es posible ninguna emoción sin la llegada del duende. Ellos engañan a la gente y pueden dar sensación de duende sin haberlo, como os engañan todos los días autores o pintores o modistas literarios sin duende; pero basta fijarse un poco, y no dejarse llevar por la indiferencia, para descubrir la trampa y hacerle huir con su burdo artificio.
Una vez, la "cantaora" andaluza Pastora Pavón, La Niña de los Peines, sombrío genio hispánico, equivalente en capacidad de fantasía a Goya o a Rafael el Gallo, cantaba en una tabernilla de Cádiz. Jugaba con su voz de sombra, con su voz de estaño fundido, con su voz cubierta de musgo, y se la enredaba en la cabellera o la mojaba en manzanilla o la perdía por unos jarales oscuros y lejanísimos. Pero nada; era inútil. Los oyentes permanecían callados.
Allí estaba Ignacio Espeleta, hermoso como una tortuga romana, a quien preguntaron una vez: "¿Cómo no trabajas?"; y él, con una sonrisa digna de Argantonio, respondió: "¿Cómo voy a trabajar, si soy de Cádiz?"
Allí estaba Eloísa, la caliente aristócrata, ramera de Sevilla, descendiente directa de Soledad Vargas, que en el treinta no se quiso casar con un Rothschild porque no la igualaba en sangre. Allí estaban los Floridas, que la gente cree carniceros, pero que en realidad son sacerdotes milenarios que siguen sacrificando toros a Gerión, y en un ángulo, el imponente ganadero don Pablo Murube, con aire de máscara cretense. Pastora Pavón terminó de cantar en medio del silencio. Solo, y con sarcasmo, un hombre pequeñito, de esos hombrines bailarines que salen, de pronto, de las botellas de aguardiente, dijo con voz muy baja: "¡Viva París!", como diciendo: "Aquí no nos importan las facultades, ni la técnica, ni la maestría. Nos importa otra cosa".
Entonces La Nina de los Peines se levantó como una loca, tronchada igual que una llorona medieval, y se bebió de un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se sentó a cantar sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero... con duende. Había logrado matar todo el andamiaje de la canción para dejar paso a un duende furioso y abrasador, amigo de vientos cargados de arena, que hacía que los oyentes se rasgaran los trajes casi con el mismo ritmo con que se los rompen los negros antillanos del rito, apelotonados ante la imagen de Santa Bárbara.
La Niña de los Peines tuvo que desgarrar su voz porque sabía que la estaba oyendo gente exquisita que no pedía formas, sino tuétano de formas, música pura con el cuerpo sucinto para poder mantenerse en el aire. Se tuvo que empobrecer de facultades y de seguridades; es decir, tuvo que alejar a su musa y quedarse desamparada, que su duende viniera y se dignara luchar a brazo partido. ¡Y cómo cantó! Su voz ya no jugaba, su voz era un chorro de sangre digna por su dolor y su sinceridad, y se abría como una mano de diez dedos por los pies clavados, pero llenos de borrasca, de un Cristo de Juan de Juni.
La llegada del duende presupone siempre un cambio radical en todas las formas sobre planos viejos, da sensaciones de frescura totalmente inéditas, con una calidad de rosa recién creada, de milagro, que llega a producir un entusiasmo casi religioso.
En toda la música árabe, danza, canción o elegía, la llegada del duende es saludada con enérgicos "¡Alá, Alá!", "¡Dios, Dios!", tan cerca del "¡Olé!" de los toros, que quién sabe si será lo mismo; y en todos los cantos del sur de España la aparición del duende es seguida por sinceros gritos de "¡Viva Dios!", profundo, humano, tierno grito de una comunicación con Dios por medio de los cinco sentidos, gracias al duende que agita la voz y el cuerpo de la bailarina, evasión real y poética de este mundo, tan pura como la conseguida por el rarísimo poeta del XVII Pedro Soto de Rojas a través de siete jardines o la de Juan Calímaco por una temblorosa escala de llanto.
Naturalmente, cuando esa evasión está lograda, todos sienten sus efectos: el iniciado, viendo cómo el estilo vence a una materia pobre, y el ignorante, en el no sé qué de una autentica emoción. Hace años, en un concurso de baile de Jerez de la Frontera se llevó el premio una vieja de ochenta años contra hermosas mujeres y muchachas con la cintura de agua, por el solo hecho de levantar los brazos, erguir la cabeza y dar un golpe con el pie sobre el tabladillo; pero en la reunión de musas y de ángeles que había allí, bellezas de forma y bellezas de sonrisa, tenía que ganar y ganó aquel duende moribundo que arrastraba por el suelo sus alas de cuchillos oxidados.
Todas las artes son capaces de duende, pero donde encuentra más campo, como es natural, es en la música, en la danza y en la poesía hablada, ya que estas necesitan un cuerpo vivo que interprete, porque son formas que nacen y mueren de modo perpetuo y alzan sus contornos sobre un presente exacto.
Muchas veces el duende del músico pasa al duende del intérprete y otras veces, cuando el músico o el poeta no son tales, el duende del intérprete, y esto es interesante, crea una nueva maravilla que tiene en la apariencia, nada más, la forma primitiva. Tal el caso de la enduendada Eleonora Duse, que buscaba obras fracasadas para hacerlas triunfar, gracias a lo que ella inventaba, o el caso de Paganini, explicado por Goethe, que hacía oír melodías profundas de verdaderas vulgaridades, o el caso de una deliciosa muchacha del Puerto de Santa María, a quien yo le vi cantar y bailar el horroroso cuplé italiano O Mari!, con unos ritmos, unos silencios y una intención que hacían de la pacotilla italiana una aura serpiente de oro levantado. Lo que pasaba era que, efectivamente, encontraban alguna cosa nueva que nada tenía que ver con lo anterior, que ponían sangre viva y ciencia sobre cuerpos vacíos de expresión.
Todas las artes, y aun los países, tienen capacidad de duende, de ángel y de musa; y así como Alemania tiene, con excepciones, musa, y la Italia tiene permanentemente ángel, España está en todos tiempos movida por el duende, como país de música y danza milenaria, donde el duende exprime limones de madrugada, y como país de muerte, como país abierto a la muerte.
En todos los países la muerte es un fin. Llega y se corren las cortinas. En España, no. En España se levantan. Muchas gentes viven allí entre muros hasta el día en que mueren y los sacan al sol. Un muerto en España está más vivo como muerto que en ningún sitio del mundo: hiere su perfil como el filo de una navaja barbera. El chiste sobre la muerte y su contemplación silenciosa son familiares a los españoles. Desde El sueño de las calaveras, de Quevedo, hasta el Obispo podrido, de Valdés Leal, y desde la Marbella del siglo XVII, muerta de parto en mitad del camino, que dice:

La sangre de mis entrañas
cubriendo el caballo está.
Las patas de tu caballo
echan fuego de alquitrán...
al reciente mozo de Salamanca,
muerto por el toro, que clama:
Amigos, que yo me muero;
amigos, yo estoy muy malo.
Tres pañuelos tengo dentro
y este que meto son cuatro...

Hay una barandilla de flores de salitre, donde se asoma un pueblo de contempladores de la muerte, con versículos de Jeremías por el lado más áspero, o con ciprés fragante por el lado más lírico; pero un país donde lo más importante de todo tiene un último valor metálico de muerte.
La cuchilla y la rueda del carro, y la navaja y las barbas pinchonas de los pastores, y la luna pelada, y la mosca, y las alacenas húmedas, y los derribos, y los santos cubiertos de encaje, y la cal, y la línea hiriente de aleros y miradores tienen en España diminutas hierbas de muerte, alusiones y voces perceptibles para un espíritu alerta, que nos llama la memoria con el aire yerto de nuestro propio tránsito. No es casualidad todo el arte español ligado con nuestra sierra, lleno de cardos y piedras definitivas, no es un ejemplo aislado la lamentación de Pleberio o las danzas del maestro Josef María de Valdivieso, no es un azar el que de toda la balada europea se destaque esta amada española:

-Si tú eres mi linda amiga,
¿cómo no me miras, di?
-Ojos con que te miraba
a la sombra se los di
-Si tú eres mi linda amiga,
¿cómo no me besas, di?
-Labios con que te besaba
a la sierra se los di.
-Si tú eres mi linda amiga,
¿cómo no me abrazas, di?
-Brazos con que te abrazaba
de gusanos los cubrí.

Ni es extraño que en los albores de nuestra lírica suene esta canción:

Dentro del vergel
moriré
dentro del rosal
matar me han.
Yo me iba, mi madre,
las rosas a coger,
hallara la muerte
dentro del vergel.
Yo me iba, madre,
las rosas a cortar,
hallara la muerte
dentro del rosal.
Dentro del vergel
moriré,
dentro del rosal
matar me han.

Las cabezas heladas por la luna que pintó Zurbarán, el amarillo manteca con el amarillo relámpago del Greco, el relato del padre Sigüenza, la obra íntegra de Goya, el ábside de la iglesia de El Escorial, toda la escultura policromada, la cripta de la casa ducal de Osuna, la muerte con la guitarra de la capilla de los Benaventes en Medina de Rioseco, equivalen a lo culto en las romerías de San Andrés de Teixido, donde los muertos llevan sitio en la procesión, a los cantos de difuntos que cantan las mujeres de Asturias con faroles llenos de llamas en la noche de noviembre, al canto y danza de la sibila en las catedrales de Mallorca y Toledo, al oscuro In Recort tortosino y a los innumerables ritos del Viernes Santo, que con la cultísima fiesta de los toros forman el triunfo popular de la muerte española. En el mundo, solamente Méjico puede cogerse de la mano con mi país.
Cuando la musa ve llegar a la muerte cierra la puerta o levanta un plinto o pasea una urna y escribe un epitafio con mano de cera, pero en seguida vuelve a rasgar su laurel con un silencio que vacila entre dos brisas. Bajo el arco truncado de la oda, ella junta con sentido fúnebre las flores exactas que pintaron los italianos del xv y llama al seguro gallo de Lucrecio para que espante sombras imprevistas.
Cuando ve llegar a la muerte, el ángel vuela en círculos lentos y teje con lágrimas de hielo y narciso la elegía que hemos visto temblar en las manos de Keats, y en las de Villasandino, y en las de Herrera, y en las de Bécquer y en las de Juan Ramón Jiménez. Pero ¡qué horror el del ángel si siente una arena, por diminuta que sea, sobre su tierno pie rosado!
En cambio, el duende no llega si no ve posibilidad de muerte, si no sabe que ha de rondar su casa, si no tiene seguridad de que ha de mecer esas ramas que todos llevamos y que no tienen, que no tendrán consuelo. Con idea, con sonido o con gesto, el duende gusta de los bordes del pozo en franca lucha con el creador. Ángel y musa se escapan con violín o compás, y el duende hiere, y en la curación de esta herida, que no se cierra nunca, está lo insólito, lo inventado de la obra de un hombre.
La virtud mágica del poema consiste en estar siempre enduendado para bautizar con agua oscura a todos los que lo miran, porque con duende es más fácil amar, comprender, y es seguro ser amado, ser comprendido, y esta lucha por la expresión y por la comunicación de la expresión adquiere a veces, en poesía, caracteres mortales.
Recordad el caso de la flamenquísima y enduendada Santa Teresa, flamenca no por atar un toro furioso y darle tres pases magníficos, que lo hizo; no por presumir de guapa delante de fray Juan de la Miseria ni por darle una bofetada al Nuncio de Su Santidad, sino por ser una de las pocas criaturas cuyo duende (no cuyo ángel, porque el ángel no ataca nunca) la traspasa con un dardo, queriendo matarla por haberle quitado su último secreto, el puente sutil que une los cinco sentidos con ese centro en carne viva, en nube viva, en mar viva, del Amor libertado del Tiempo.
Valentísima vencedora del duende, y caso contrario al de Felipe de Austria, que, ansiando buscar musa y ángel en la teología, se vio aprisionado por el duende de los ardores fríos en esa obra de El Escorial, donde la geometría limita con el sueño y donde el duende se pone careta de musa para eterno castigo del gran rey.
Hemos dicho que el duende ama el borde, la herida, y se acerca a los sitios donde las formas se funden en un anhelo superior a sus expresiones visibles.
En España (como en los pueblos de Oriente, donde la danza es expresión religiosa) tiene el duende un campo sin límites sobre los cuerpos de las bailarinas de Cádiz, elogiadas por Marcial, sobre los pechos de los que cantan, elogiados por Juvenal, y en toda la liturgia de los toros, auténtico drama religioso donde, de la misma manera que en la misa, se adore y se sacrifica a un Dios.
Parece como si todo el duende del mundo clásico se agolpara en esta fiesta perfecta, exponente de la cultura y de la gran sensibilidad de un pueblo que descubre en el hombre sus mejores iras, sus mejores bilis y su mejor llanto. Ni en el baile español ni en los toros se divierte nadie; el duende se encarga de hacer sufrir por medio del drama, sobre formas vivas, y prepara las escaleras para una evasión de la realidad que circunda.
El duende opera sobre el cuerpo de la bailarina como el aire sobre la arena. Convierte con mágico poder una muchacha en paralítica de la luna, o llena de rubores adolescentes a un viejo roto que pide limosna por las tiendas de vino, da con una cabellera olor de puerto nocturno, y en todo momento opera sobre los brazos con expresiones que son madres de la danza de todos los tiempos.
Pero imposible repetirse nunca, esto es muy interesante de subrayar. El duende no se repite, como no se repiten las formas del mar en la borrasca.
En los toros adquiere sus acentos más impresionantes, porque tiene que luchar, por un lado, con la muerte, que puede destruirlo, y por otro lado, con la geometría, con la medida, base fundamental de la fiesta.
El toro tiene su órbita; el torero, la suya, y entre órbita y órbita un punto de peligro donde está el vértice del terrible juego.
Se puede tener musa con la muleta y ángel con las banderillas y pasar por buen torero, pero en la faena de capa, con el toro limpio todavía de heridas, y en el momento de matar, se necesita la ayuda del duende para dar en el clavo de la verdad artística.
El torero que asusta al público en la plaza con su temeridad no torea, sino que está en ese plano ridículo, al alcance de cualquier hombre, de jugarse la vida; en cambio, el torero mordido por el duende da una lección de música pitagórica y hace olvidar que tira constantemente el corazón sobre los cuernos.
Lagartijo con su duende romano, Joselito con su duende judío, Belmonte con su duende barroco y Cagancho con su duende gitano, enseñan, desde el crepúsculo del anillo, a poetas, pintores y músicos, cuatro grandes caminos de la tradición española.
España es el único país donde la muerte es el espectáculo nacional, donde la muerte toca largos clarines a la llegada de las primaveras, y su arte está siempre regido por un duende agudo que le ha dado su diferencia y su calidad de invención.
El duende que llena de sangre, por vez primera en la escultura, las mejillas de los santos del maestro Mateo de Compostela, es el mismo que hace gemir a San Juan de la Cruz o quema ninfas desnudas por los sonetos religiosos de Lope.
El duende que levanta la torre de Sahagún o trabaja calientes ladrillos en Calatayud o Teruel es el mismo que rompe las nubes del Greco y echa a rodar a puntapiés alguaciles de Quevedo y quimeras de Goya.
Cuando llueve saca a Velázquez enduendado, en secreto, detrás de sus grises monárquicos; cuando nieva hace salir a Herrera desnudo para demostrar que el frío no mata; cuando arde, mete en sus llamas a Berruguete y le hace inventar un nuevo espacio para la escultura. La musa de Góngora y el ángel de Garcilaso han de soltar la guirnalda de laurel cuando pasa el duende de San Juan de la Cruz, cuando

El ciervo vulnerado
por el otero asoma.

La musa de Gonzalo de Berceo y el ángel del Arcipreste de Hita se han de apartar para dejar paso a Jorge Manrique cuando llega herido de muerte a las puertas del castillo de Belmonte. La musa de Gregorio Hernández y el ángel de José de Mora han de alejarse para que cruce el duende que llora lágrimas de sangre de Mena y el duende con cabeza de toro asirio de Martínez Montañés, como la melancólica musa de Cataluña y el ángel mojado de Galicia han de mirar, con amoroso asombro, al duende de Castilla, tan lejos del pan caliente y de la dulcísima vaca que pasta con normas de cielo barrido y sierra seca.
Duende de Quevedo y duende de Cervantes, con verdes anémonas de fósforo el uno, y flores de yeso de Ruidera el otro, coronan el retablo del duende de España.
Cada arte tiene, como es natural, un duende de modo y forma distinta, pero todos unen raíces en un punto de donde manan los sonidos negros de Manuel Torres, materia última y fondo común incontrolable y estremecido de leño, son, tela y vocablo.
Sonidos negros detrás de los cuales están ya en tierna intimidad los volcanes, las hormigas, los céfiros y la gran noche apretándose la cintura con la Vía láctea. Señoras y señores: He levantado tres arcos y con mano torpe he puesto en ellos a la musa, al ángel y al duende.
La musa permanece quieta; puede tener la túnica de pequeños pliegues o los ojos de vaca que miran en Pompeya a la narizota de cuatro caras con que su gran amigo Picasso la ha pintado. El ángel puede agitar cabellos de Antonello de Mesina, túnica de Lippi y violín de Massolino o de Rousseau.
El duende... ¿Dónde está el duende? Por el arco vacío entra un aire mental

que sopla con insistencia sobre las cabezas de los muertos, en busca de nuevos paisajes y acentos ignorados: un aire con olor de saliva de niño, de hierba machacada y velo de medusa que anuncia el constante bautizo de las cosas recién creadas.

Fuente: DDOOSS


Los cuervos: un viaje al mundo de Van Gogh, por Akira Kurosawa (Video)

El viejo y el mar, de Ernest Hemingway (cortometraje-animacion)

Más de dos años invirtió el artista ruso Petrov en su obra "El Viejo y el Mar", basado en la novela de Ernest Hemingway. La forma de realizar el corto consiste en pintar al oleo sobre cristal, así unas veintinueve mil (29.000) veces, dando como resultado una obra de arte de la pintura, en movimiento.




Aleksandr Petrov empezó en la industria del cine como director artístico. Su primer filme como director fue el cortometraje "Cow" (1989), realizado en oleo, pintando con pinceles y con sus propias manos, igual que sus posteriores trabajos. "The Dream of a Ridiculous Man" (1992) está basado en un relato de Fiódor Dostoievski ("Crimen y Castigo"-). "The Mermaid" (1997). "The Old Man and the Sea" (1999). Y la muy reciente "My Love" (2006).

PACO DE LUCIA- rumba

EL CUERVO de Edgar Allan Poe

Video-Interprete: Vincent Price

Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”

¡Ah! aquel lúcido recuerdo
de un gélido diciembre;
espectros de brasas moribundas
reflejadas en el suelo;
angustia del deseo del nuevo día;
en vano encareciendo a mis libros
dieran tregua a mi dolor.
Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
Aquí ya sin nombre, para siempre.

Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas
llenábame de fantásticos terrores
jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie,
acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir:
“Es un visitante a la puerta de mi cuarto
queriendo entrar. Algún visitante
que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
Eso es todo, y nada más.”

Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
y ya sin titubeos:
“Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón
imploro,
mas el caso es que, adormilado
cuando vinisteis a tocar quedamente,
tan quedo vinisteis a llamar,
a llamar a la puerta de mi cuarto,
que apenas pude creer que os oía.”
Y entonces abrí de par en par la puerta:
Oscuridad, y nada más.

Escrutando hondo en aquella negrura
permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún mortal
se haya atrevido jamás a soñar.
Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
y la única palabra ahí proferida
era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”
Lo pronuncié en un susurro, y el eco
lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
Apenas esto fue, y nada más.

Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,
toda mi alma abrasándose dentro de mí,
no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
“Ciertamente —me dije—, ciertamente
algo sucede en la reja de mi ventana.
Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
y así penetrar pueda en el misterio.
Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
y así penetrar pueda en el misterio.”
¡Es el viento, y nada más!

De un golpe abrí la puerta,
y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia,
ni un instante quedo;
y con aires de gran señor o de gran dama
fue a posarse en el busto de Palas,
sobre el dintel de mi puerta.
Posado, inmóvil, y nada más.

Entonces, este pájaro de ébano
cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
con el grave y severo decoro
del aspecto de que se revestía.
“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,
no serás un cobarde,
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
pudiera hablar tan claramente;
aunque poco significaba su respuesta.
Poco pertinente era. Pues no podemos
sino concordar en que ningún ser humano
ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
posado sobre el dintel de su puerta,
pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
de Palas en el dintel de su puerta
con semejante nombre: “Nunca más.”

Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
las palabras pronunció, como virtiendo
su alma sólo en esas palabras.
Nada más dijo entonces;
no movió ni una pluma.
Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
“Otros amigos se han ido antes;
mañana él también me dejará,
como me abandonaron mis esperanzas.”
Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”

Sobrecogido al romper el silencio
tan idóneas palabras,
“sin duda —pensé—, sin duda lo que dice
es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
de un amo infortunado a quien desastre impío
persiguió, acosó sin dar tregua
hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
hasta que las endechas de su esperanza
llevaron sólo esa carga melancólica
de ‘Nunca, nunca más’.”

Mas el Cuervo arrancó todavía
de mis tristes fantasías una sonrisa;
acerqué un mullido asiento
frente al pájaro, el busto y la puerta;
y entonces, hundiéndome en el terciopelo,
empecé a enlazar una fantasía con otra,
pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,
lo que este torvo, desgarbado, hórrido,
flaco y ominoso pájaro de antaño
quería decir granzando: “Nunca más.”

En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,
quemaban hasta el fondo de mi pecho.
Esto y más, sentado, adivinaba,
con la cabeza reclinada
en el aterciopelado forro del cojín
acariciado por la luz de la lámpara;
en el forro de terciopelo violeta
acariciado por la luz de la lámpara
¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!

Entonces me pareció que el aire
se tornaba más denso, perfumado
por invisible incensario mecido por serafines
cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
“¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,
por estos ángeles te ha otorgado una tregua,
tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!
¡Apura, oh, apura este dulce nepente
y olvida a tu ausente Leonora!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabolica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
enviado por el Tentador, o arrojado
por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
a esta desértica tierra encantada,
a este hogar hechizado por el horror!
Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
¡Dime, dime, te imploro!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
ese Dios que adoramos tú y yo,
dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
tendrá en sus brazos a una santa doncella
llamada por los ángeles Leonora,
tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen
llamada por los ángeles Leonora!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida
pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.
¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
que profirió tu espíritu!
Deja mi soledad intacta.
Abandona el busto del dintel de mi puerta.
Aparta tu pico de mi corazón
y tu figura del dintel de mi puerta.
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
Aún sigue posado, aún sigue posado
en el pálido busto de Palas.
en el dintel de la puerta de mi cuarto.
Y sus ojos tienen la apariencia
de los de un demonio que está soñando.
Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
no podrá liberarse. ¡Nunca más!

Fray Bentos, la enigmática

Tuvo y tiene todo para ser la zona más próspera de Uruguay, pero no la dejan. Entonces debe conformarse con ser una de las más lindas.


Con su monumental frigorífico hizo célebre y trajo prosperidad a todo el Uruguay, con el puente le acerca turistas a Punta del Este y con la planta de celulosa da trabajo forestal a varios departamentos. Tal parece que está condenada a que la riqueza le pase por encima… pero siga de largo, no me digan que es un enigma fantástico.

Fray Bentos es también un enigma histórico relacionado con su nombre; lo confiesa la propia web oficial de la Intendencia de Río Negro. Si preguntás por allá te propinan la versión de Orestes Araújo según la cual hubo un monje ermitaño conocido como Fray Bentos que anduvo a las vueltas por ahí y le quedó el nombre.

Parece cierto que hubo un monje en el Rincón de Haedo y fundó una reducción indígena, trasladándose luego al paraje Caracoles, donde todavía se muestra una pequeña gruta que le habría servido de albergue. El problema es que hay inconsistencias cronológicas y que el nombre Fray Bentos precedió al susodicho monje. ¡Qué lío! Por lo pronto, en el Mapa de las Misiones de la Compañía de Jesús ya figuran caracterizando al lugar, los nombres de Rincón de las Gallinas, Fray Bentos y Caracoles. Por otra parte, la ciudad y el departamento tuvieron casi tantos nombres diferentes como jerarcas con pretensiones cartográficas.

Como puede verse, esa región binacional sigue siendo excelente productora de carne, pero ahora su fama internacional se debe a una planta de celulosa y un puente que el mundo entero se sorprende que a veces no pueda atravesarse. Para comer el corned beef de Fray Bentos, los ingleses tienen que producirlo ellos. No me digan que no es vergonzoso.

Citaremos constantemente a la web municipal http://derionegro.com.uy/localidades-fray-bentos.php , de la cual también proceden buena parte de las fotografías. También acudimos a la excelente web http://www.welcomeuruguay.com/fraybentos , donde el lector que quiera conocer el lugar podrá encontrar información actualizada sobre hotelería, gastronomía y otras atracciones del departamento.

Después de todo, la nomenclatura es solo una cuestión política, bien distanciada de lo que es la conformación geográfica y demográfica. A ambas les importa un pito el nombre, mucho más les preocupa que les bloqueen el puente o que uno de los frigoríficos más famosos del mundo deje de funcionar por razones tan inexplicables como los argumentos de los piqueteros.

Fue un lector de Viajes.ElPaís quien pidió un artículo sobre Fray Bentos y, aunque anduvimos varias veces por allí, nos guiaremos por la muy documentada web municipal, así como por la wikipedia seguramente enriquecida con el aporte de algún fraybentino. Desde el punto de vista viajero, uno de los detalles más interesantes es que Fray Bentos está casi a la misma distancia de Montevideo (unos 300 kilómetros) que de Buenos Aires… desde la construcción del puente. Hay tanto para contar que esto seguramente saldrá desordenado. Pasaremos por alto interesantísimas localidades de Río Negro como las colonias alemana de Nuevo Berlín y la rusa de San Javier, también a Young, Algorta, Grecco y nada menos que Las Cañas el balneario más afamado del Río Uruguay, pues todo esto merece otras notas.

Comencemos por el puerto construido en 1930 cuando se daba por cierto que Río Negro debía ser el departamento más rico de Uruguay ¡si tenía y tiene todo para serlo! El puerto permite la operación de embarcaciones de gran calado (21 pies), tiene cinta transportadora y silos para casi 10.000 toneladas de granos. Dos espaciosos muelles permitirían la operación de dos transatlánticos a la vez, nada menos. Todo lleva a admirar a los fraybentinos, tipos capaces de administrar como nadie acontecimientos deslumbrantes que se transforman en negativos pese a todos sus esfuerzos. Y todavía no empezamos a hablar del corned beef. En el caso del puerto, se arrancó con la auspiciosa venta de citrus a Europa, declinó el mercado y ahora parece mejorar, pero los locales son filosóficamente prudentes. Ahora es el turno de la madera.

El Puente Internacional cambió la vida de Fray Bentos y también la de Puerto Unzué, que no se hagan los locos que a ellos también les vino requetebién, hasta el punto que desde Chile y buena parte de las provincias argentinas llegan hasta la ciudad de los ambientalistas los camiones repletos de mercaderías hacia Brasil, ida y vuelta, en un sentido y en el otro. El puente une a esas dos ciudades a lo largo de 5,36 kilómetros y se eleva sobre el río Uruguay a 44,5 metros de altura. Un disparate. Cuando se inauguró en 1976 nuestro país estaba en plena dictadura.

Pero seamos justos, no pasemos por alto que fue en ese período que Argentina y Uruguay resolvimos hacer dos puentes y una represa internacional, así como llegamos a un acuerdo bastante razonable sobre los límites del Río de la Plata, también con Brasil. Fueron acuerdos generales.

La ciudad en sí tiene bastante para recorrer, por ejemplo el Teatro Miguel Young que lleva el nombre de quien lo construyó para embellecer la ciudad. Tanta era la opulencia que brindaba la ganadería desde principios del siglo XX, guerras europeas mediante. Si continuamos con la cultura podemos enorgullecernos todos, no solo los fraybentinos, con el Museo Luis Alberto Solari que atesora una impresionante colección cedida en préstamo por los hijos del artista, pintor y lúcido analista del espíritu humano hasta el punto de que nos pinta a todos con cabeza de animal. No deja de ser una ofensa gratuita para los bichitos.

El Teatro de Verano está ubicado en las barrancas costeras, afirmando un limo que dicen tiene 35 millones de años de antigüedad. Igualito a un anfiteatro griego, tiene cabida para 4000 personas. Las barrancas costeras son todo un espectáculo, hasta el punto que se merecían una intervención paisajística como lo es el Parque Roosevelt, inaugurado en los años cuarenta y dotado posteriormente de varios monumentos.

De aquí, la web municipal nos conduce a la Rambla Costanera del Río Uruguay que no necesita otra descripción que la formidable y melancólica fotografía que publica la Intendencia y reproducimos. Tené cuidado con esta rambla, mirá que si te agarra en pareja durante la puesta de sol te podés enamorar para toda la vida. La rambla contornea el río hasta confluir en el camino hacia el Barrio Anglo en el puente sobre el Arroyo Laureles. No escarbes por ahí porque podrías encontrar alguna de las tres urnas con mensajes para las futuras generaciones y no se pueden abrir hasta el 2050.

Lo que sí podés hacer es regodear la vista con las embarcaciones, alguna de las cuales podés perfectamente alquilar y hasta intentar pescar la maravilla de las maravillas de nuestros ríos: el formidable peleador llamado “dorado”. No es fácil y hay temporada para pescarlo, pero vale la pena.

En la misma rambla costanera está la Plazoleta Tiradentes, como para que no digan que no recordamos a los patriotas brasileños. No queda claro si lo mataron por libertario o porque no soportaba la esclavitud; bien merecida la plazoleta. Y si seguís te encontrarás con el Club Remeros Fray Bentos, que amplió su zona de marinas debido a que cada vez más yates recalan en este puerto; buena parte de ellos son argentinos, de esos argentinos que privilegian la hermandad y son retribuidos con afecto duplicado.

En la Plazoleta de la Integración Latinoamericana se izan las banderas de los países amigos y en la Plaza San Martín hay un busto del héroe argentino. La Plaza Hargain está en la zona portuaria y lleva el nombre de quien primero que nadie se instaló en esas barrancas para ofrecer servicios a los barcos que pasaban de largo porque todavía no había nada en esta costa. El puso una hostería con todos los servicios, incluyendo los diarios que llegaban de Montevideo y paseos a caballo por los alrededores mientras aguardaban la diligencia que los llevaría a Mercedes. Así que la plaza mantiene las características de un paseo de comienzos del siglo XX.

La estación de ferrocarril de Fray Bentos está ubicada al lado del puerto desde 1911, cuando hasta allí llegó un ramal de la empresa inglesa Middland para hacerle la competencia a la navegación de cabotaje, que por ese entonces alcanzaba su esplendor.

La Plaza Constitución, en pleno centro de Fray Bentos luce un kiosco o pérgola que con muy buen tino fue recuperado para que luciera adecuadamente. Lo trajeron de Cardiff en Inglaterra en un buque a vela. El singular artefacto de hierro y madera, fue donado por la compañía Liebig’s e inaugurado el 18 de Julio de 1902 con un acto memorable, como para hacer notar lo importante y poblada que era la ciudad al ingresar al siglo XX. La banda de música de la sociedad musical “La Estrella” se mandó un concierto y el Gerente de Liebig’s Otto Gunnther se mandó un discurso, durante el cual explicó que el kiosco es una réplica de uno existente en el Palacio de Cristal de Londres, desde donde la Reina Victoria asistía a los conciertos.

También la iglesia Nuestra Señora del Pilar en la Plaza Constitución es una donación de la “Compañía del Saladero Liebig’s” y fue inaugurada al culto en 1863. El vecino José Hargain donó dos campañas y una imagen de la Purísima Concepción de María Santísima, en tanto que los altares y el reloj fueron donados por el cura párroco Antonio Echeverría.

El Corned Beef, carne de cañón

Lo fue en una interpretación diferente a la usual, pues estaba en las trincheras de las guerras europeas traída directamente de Fray Bentos. Con una singular particularidad: a los soldados los atiborraban de esta proteína concentrada y con el extracto de carne, razón por la cual luego de algunas semanas deberían haber estado hartos de tanta monotonía de sabor.

Pues no, no solo no se aburrieron sino que hasta hoy continúa siendo para su descendencia, un alimento riquísimo y saludable. Lástima que ya no pueden consumir el de Fray Bentos. Un producto tan exitoso no impidió que el frigorífico cerrara, como tantos cierres inexplicables de empresas que ocurren en Uruguay. Por ahí te brindamos bibliografía para que examines esto si te da la gana. Pero pensá en una cosa: todas las explicaciones que encuentres estarán muy bien argumentadas, pero no podrán justificar que esto solo puede ocurrir en Uruguay. Y si no, pensá en la industria textil uruguaya, tan afamada como el corned beef y tan acosada por el destino como ese producto.

Dice la wikipedia, que antes del “ok” de los estadounidenses, los británicos que volvieron de la Gran Guerra, cuando querían explicar que todo estaba excelente, decían “fribentos”. Actualmente los ingleses y otros europeos continúan consumiendo con entusiasmo un corned beef que se denomina “Fray Bentos” (ver foto)… pero no se hace en Uruguay, no utiliza carne uruguaya y de nuestro país solo tiene un nombre que ellos recuerdan mas honorablemente que nosotros.

Uno de los dos tanques de guerra que llevaron el nombre de “Fray Bentos” en homenaje a nuestro corned beef.

El frigorífico Anglo

Para la descripción de lo que es un paseo obligatorio en las proximidades de Fray Bentos, utilizaremos la ajustada descripción de la web municipal:

“En 1858 Ricardo Hughes inició la construcción del saladero entre los arroyos Laureles y Fray Bentos. Pero a finales del siglo pasado la industria de los saladeros comienza a decaer debido a la imposibilidad de conservar la carne en los largos viajes a Europa.
Este problema sería solucionado por el Quim. Alemán Justus Von Liebig, considerado el “Padre de la Química Orgánica” al crear el extracto de carne.

Este se asocia con el Ing. Alemán George Giebert, quien radicado en el Uruguay comienza a producir extracto de carne en Fray Bentos y lo exporta a Europa. Durante la guerra Franco-Prusiana los franceses sitiados en París consumían extracto de carne. La marca Fray Bentos dio la vuelta al mundo en forma de varios productos, particularmente el “corned Beef”. En 1924 Liebig se transformó en el Frigorífico Anglo, que llegó a elaborar 100 especialidades de conservas y a emplear a más de 3500 trabajadores. En una jornada la planta faenaba 1600 vacunos, 6400 corderos y 4800 capones.

Los ciudadanos del imperio británico fueron grandes consumidores de los productos Fray Bentos. Algunos de ellos, símbolos de una época y un estilo de vida, aparecieron en películas como “Gallípoli”, protagonizada por Mel Gibson (que muestra latas de “corned beef” en medio de esa batalla de la Primera Guerra Mundial), y la premiada “El paciente inglés”.

Hasta la segunda mitad del siglo XIX la producción uruguaya de carne sólo se exportaba en forma de charque o tasajo (carne seca y salada). El extracto de carne y el “corned beef” enlatado abrieron nuevas posibilidades, que se ampliaron enormemente con la aparición de los barcos frigoríficos, que por primera vez permitieron vender carne fresca al exterior.

La promoción de sus productos hizo que la Liebig´s Company arrasara pronto con los primeros premios de todas las exposiciones internacionales en que se presentaba, lo que hizo que a partir de 1885 sólo se le aceptará “fuera de concurso”.

Cuando en los últimos años de la década de 1910 la Liebig acusó el desmedro causado por el resultado de la Primera Guerra Mundial, el establecimiento estuvo a punto de cerrar, hasta que en 1920 se produjo un negocio que hizo surgir a la que fuera la ANGLO DEL URUGUAY, con capitales netamente ingleses. A este establecimiento le tocó desarrollar la novel tecnología de la industria frigorífica y hacer frente a los compromisos de producir para dar de comer al viejo mundo, sumido en las conflagraciones de la II Guerra Mundial y la Guerra de Corea.

Nunca se hizo más real aquel dicho -nacido en épocas de la Liebig- que en Fray Bentos “lo único que se desperdicia es el mugido del vacuno”. El aumento del consumo generó un crecimiento inusual de la empresa y sus instalaciones fabriles, a las que se sumaron durante décadas departamento tras departamento, produciendo no solamente conservas de carne -ideales para el consumo de las tropas aliadas- sino también varios subproductos originados en la faena de carneros, cerdos, pavos, vacunos y en el aprovechamiento de la producción agraria de la que surgían inigualables productos en su calidad como rabos vacunos, lenguas de cordero y de cerdo, pucheros enlatados, albóndigas, ravioles enlatados, salchichas, quesos de cerdo, salames, mortadelas, chorizos, panceta ahumada, lomito de cerdo, pildoritas, sesos, jamón, paté, frutas y legumbres enlatados, dulces y mermeladas, etc.

Entre el Anglo y la comunidad hubo una relación paternalista que la historia de la industrialización ha revelado en múltiples oportunidades. Ese tipo de relación sitúa a las personas en una fuerte dependencia de la empresa y alimenta en la comunidad comportamientos basados en una suerte de creencia mística en la inmortalidad del sistema así genera que no admite la posibilidad de crisis. Pero ésta llegó y ante la paralización total de la empresa hubo protestas, manifestaciones y marchas a pie a Montevideo.

El Anglo funcionó como frigorífico hasta 1979 y después fue cerrado. En junio de 1989 la parte central del frigorífico fue declarada “Monumento Histórico Nacional”. Parte del mismo se convirtió en museo, y el resto de las instalaciones se transformaron en un Parque Industrial Municipal, en el que operan pequeñas empresas.

El Barrio Inglés

Ubicado a un kilómetro del centro de Fray Bentos, el Barrio Anglo conserva las características arquitectónicas que definieron alemanes e ingleses en torno al Frigorífico Liebig a fines del siglo XIX y comienzos del XX. La zona fue la primera del país en contar con servicios de energía eléctrica, incluso antes que Montevideo.
En los alrededores funciona todavía el Fray Bentos Golf Club, con su cancha de nueve hoyos. El campo es de 1933, diseñado por Aliester Mc Kenzie, la institución fue establecida en 1937 como “Anglo Sports Pavilion”; un cartel que recuerda el hecho señala que se hizo “in commemoration of King George VI Coronation”.
La recorrida del lugar es una suerte de viaje en el tiempo y se completa con un restaurante típico.

Las edificaciones más importantes y las casas destinadas a los obreros del frigorífico fueron construidas de acuerdo a los estilos que importaron los técnicos y ejecutivos de la planta llegados desde Europa. Los responsables del Frigorífico Liebig instalaron su propia planta generadora de energía eléctrica en 1874, para satisfacer las necesidades de producción. El servicio se hizo extensivo al barrio donde vivían los técnicos, ejecutivos y obreros de la planta.

Museo de la Revolución Industrial

Instalado en la planta del Ex Frigorífico ANGLO, se puede realizar un circuito histórico- cultural con visita guiada por los edificios de la época, al igual que podemos conocer su sala de máquinas, laboratorio, escritorios, etc. El Parque Industrial Municipal, surge a partir de una coyuntura de situaciones que se suceden cuando la propiedad de las instalaciones del ex frigorífico Anglo, pasan a pertenecer al gobierno municipal. Desde un principio el objetivo perseguido fue el de radicar industrias a efectos de generar puestos de trabajo, que pudiesen ser desempeñados por gente de la zona. En 1998 fue declarado Proyecto de Interés Nacional.

Coordenadas para Google Earth: 33º7’29”S 58º.18’1”O

http://derionegro.com.uy/localidades-fray-bentos.php

http://es.wikipedia.org/wiki/Fray_Bentos

http://www.british-food-shop.de/Fray-Bentos-Steak-Kidney-Pie-425g/e

EL PAIS